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Winners Train, Losers Complain

Érase una vez un par de niños de una tierna edad que conocieron un juego de estrategia llamado Magic: the Gathering. Ambos empezaron a la vez, disfrutando del juego en los recreos del colegio y también de la misma manera. Eran felices con sus mazos verdes repletos de pequeños elfos y con criaturas de estadísticas de dos dígitos y sus mazos de negros con Vampiros injugables. Los dos (y el grupo que se fue añadiendo posteriormente a las partidas) se divertían mucho con su nuevo hobby, contaban las horas que quedaban para el recreo para poder seguir invocando criaturas y jugar hechizos, y aunque había uno que ganaba más que el resto, no dejaba de ser (para ellos) una anécdota achacable al azar.

Pasaron los años, y esos amigos se olvidaron del juego con el que tanto habían disfrutado de pequeños. Accedieron a estudios secundarios y vivieron la sórdida etapa de la adolescencia como buenamente pudieron hasta que terminaron sus estudios obligatorios. Cuando se iban a cambiar de centro para continuar con su carrera académica, descubrieron que cerca de su nuevo emplazamiento había una tienda de Magic donde se celebraban torneos de aquel juego de cartas que de pequeños les hacía disfrutar tanto.

No lo dudaron, cogieron sus viejas cartas y se fueron con ellas a la nueva tienda que habían descubierto. Fueron masacrados sin piedad alguna, no había paz para sus pacíficos monstruos del pasado. Sin embargo, pocas veces habían disfrutado tanto de una experiencia. Recordaron aquello con lo que se habían divertido tanto en la infancia a un nivel superior. Poco tardaron en volver a la tienda a jugar el siguiente torneo, el tendero les recomendó ciertos cambios con los que hacer sus barajas más competitivas, y con la confianza de un niño con su padre, los dos amigos se los montaron sin dilación. Volvieron a perder, por aplastamiento como la última vez o por interacciones extrañas que jamás habían visto en sus partidas del recreo. Pero las cartas que el tendero les había recomendado hicieron que el mazo fuera mejor y la adrenalina que les suponía competir, les hizo engancharse a este bonito juego.

Inmersos en la rueda de Magic, poco a poco fueron conociendo gente nueva de la tienda, hicieron nuevos amigos que les prestaban cartas, descubrieron cómo funcionaban los diferentes formatos y los entresijos de la competición a un nivel superior que los torneos de su tienda habitual. Ambos empezaron a jugar torneos de este nivel junto con su grupo nuevo de amigos de la tienda. En esta inmersión en el mundo más competitivo del juego se repetía una variante inesperada, el amigo que más ganaba en el patio del colegio, era el que más seguía ganando de manera habitual en los torneos que iban jugando.

En uno de los primeros intentos, el amigo que más torneos ganaba se alzó con la victoria en unos de ellos sin demasiadas dificultades. Este torneo daba acceso a un torneo más grande, que ganándolo te daba acceso al tan afamado Pro Tour del que tanto habían oído hablar desde que empezaron a girar maná de una manera un poco más seria. Para ese torneo aún quedaban unos cuantos meses, por lo tanto tenía aún tiempo de preparárselo y testear de una manera más concienzuda. El otro amigo, al ver los éxitos de su compañero de aventura, deseaba poder jugar con él, clasificarse para el mismo torneo que su amigo e ir juntos al Pro Tour. Pero las derrotas no dejaban de repetirse, no llegaba al nivel que los demás poco a poco iban consiguiendo. Se quedaba atrás.

Incapaz de no reconocer su incapacidad, empezó a establecer excusas: Que si jugaba menos tiempo que los demás, que si en los momentos importantes la suerte no estaba de su parte, que la varianza le hacía enfrentarse siempre a sus peores emparejamientos y así un largo etcétera de subterfugios que le impedían reconocer que no estaba al nivel que deseaba alcanzar y que veía cómo sus amigos si alcanzaban de una manera habitual.

Poco a poco, el amigo de las excusas se fue alejando más y más del juego, mientras que su amigo de la infancia, con la vena competitiva cada vez más arraigada en su interior, destacaba más y más dentro del juego. Viajó fuera de su país jugar su primer GP, empezó a jugar a MTGO y a destacar dentro de la plataforma, e incluso en uno de sus primeros intentos se clasificó para su primer PT. Y el juego que tanto les había les había unido de pequeños, les fue distanciando más y más...

Lose Hope

Estoy convencido que en esta pequeña historia que acabo describir, más de uno y más de dos sois capaces de identificar ciertos factores que os hacen poner cara y ojos a alguno de los dos protagonistas. Ya sea, por la parte del que posee el talento para jugar, como por parte del que pone excusas para escapar de su mediocridad. La mediocridad es algo que emborrona todos nuestros ámbitos de la vida y uno de los ámbitos que más emborrona es el de nuestro propio criterio. Puede que pienses que en lo que cierta persona destaca es algo mundano, que tú mismo lo conseguirías si le pusieras el mismo empeño, pero el único motivo por lo que lo haces es porque prefieres seguir atrincherado en el bando de los mediocres en lugar de aceptar que alguien es superior a ti en algo.

No todos somos iguales, no todos tenemos las mismas capacidades. No todo el mundo puede conseguir algo si se lo propone. En los últimos años habrás visto la insana proliferación de mensajes bautizados a ellos mismos como positivistas, que te dirán que con trabajo y esfuerzo puedes llegar a conseguir lo que te propones. Pero no deja de ser una estúpida falacia.

Uno de los mayores ejemplos de competitividad en nuestra sociedad es el deporte profesional. ¿Veis que entre la inmensa cantidad de jugadores profesionales de fútbol haya algunos que destaquen como Messi o Cristiano? Esto no es porque el resto de futbolistas profesionales no le hayan dedicado las mismas horas al fútbol o el mismo esfuerzo que estos dos, simplemente porque estos dos astros del fútbol tienen un talento para el juego como no lo tienen el 95% de los que se dedican.

La filosofía del perdedor te llevará a desmerecer los éxitos de los demás, estableciendo una serie de excusas incapaz de reconocer que siempre habrá alguien que lo haga mejor tú, que destaca más que tú. Esa serie personas sabrán aprovechar la oportunidad para destacar y tener éxito en aquello que han descubierto que tienen talento. Por otro lado, el perdedor sólo pondrá excusas cada vez más ridículas a su mediocridad. Porque como dice el título del artículo: Winners Train, Losers Complain.

Cabal Trainee


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