85º de la Luna del Cazador, Ava. 719
Una noche de insomnio, seguida por un día de insomnio. Anoche me encontré con el vampiro llamado Thatu.
Me pareció sospechoso que estuviera sin guardia. Esqueletos de vampiros muertos cubiertos de polvo rodeaban la entrada, sus cráneos con colmillos siendo la única prueba de su inmortalidad.
Padre, empuñé la espada que hiciste para mí. Sus sellos y sus líneas trajeron un confort familiar a ese sitio impío. Mis pisadas sonaban como la marcha de una falange en el silencio que me rodeaba, y estaba seguro de que sería acosado en cualquier momento.
Lo encontré sentado en el extremo de una larga y oscura galería, con papeles y libros extendidos frente a él. Si no hubiese tenido conocimiento alguno de quién era, podría haberme apiadado de él. Parecía tan pequeño, sentado solo en esa habitación tan enorme.
Pude ver la espada apoyada en su silla dorada. En ese momento, como si pudiera sentir mi mirada sobre su tesoro, la criatura saltó por los aires y blandió la espada hacia mi pecho.
La batalla fue muy reñida. Aprendí en mis entrenamientos que la primera herida corte en una lucha de espadas era la más dolorosa. Se decía esto para que inducir el temor a la espada. Me han herido varias veces durante mis batallas. Pero ahora no podía permitir que ni un solo corte atravesara mis defensas.
Sus acometidas eran salvajes y desenfocadas, y fue por ello que me di cuenta de que él estaba luchando por dignidad, no por su vida. Por razones que todavía no puedo entender, esta criatura quería que la matara. Extrañamente, esta revelación le hizo menos enemigo para mí, pero no obstante, un enemigo.
Rezo por el perdón de Avacyn, pues cumplí su deseo. Mientras yacía en el suelo de baldosas mirándome, me dijo unas palabras que todavía me atormentan: “Ésta es la espada que matará a tu padre. ¡Al entregársela sellarás su destino!”
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